El origen de la Cábala, una forma
específica de interpretar las Escrituras que permite hallar un significado
esotérico e incluso alterar la realidad mediante el uso de la magia, es
ubicado por algunos autores en un pasado tan remoto que podría identificarse
con la entrega de la Torah
a Moisés en el Sinaí.
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De acuerdo con esta
tesis, ya en los primeros tiempos de la Historia de Israel a la interpretación exotérica
o externa de la Torah
se habría sumado otra esotérica u oculta. Para otros, sin embargo, la Cábala es uno de los
aportes posteriores de la cultura judía. En realidad, ¿cómo surgió la Cábala?
Buen número de los seguidores de la Cábala e incluso de sus aficionados han mostrado un enorme interés por situar sus orígenes en tiempos caracterizados por una considerable antigüedad. Para ellos, la referencia a los sabios citados por Daniel 12, 10 sería un ejemplo de esa sabiduría cabalística de la misma manera que un texto como el contenido en el libro apócrifo de IV Esdras 14, 5-6, donde se dice que Moisés recibió una serie de preceptos de los que unos debía “declarar” y otros “ocultar”. Sin embargo, la verdad es que ninguno de los dos ejemplos citados menciona la Cábala y todavía menos su contenido ulterior. El pasaje de Daniel habla simplemente de cómo los sabios sabrán enfrentarse con dificultades al final de los tiempos y el texto de IV Esdras sólo pretende dotar de legitimidad su propio contenido que, desde luego, no era cabalístico. De hecho, no hay nada en la Biblia o en los textos apócrifos y pseudoepigráficos de los últimos siglos antes del cristianismo que tenga nada que ver con la Cábala, ya sea ésta especulativa o práctica.
Para encontrarnos con algunos aspectos paralelos, como la utilización del Tetragrámaton —y de otros nombres de Dios— con fines mágicos tenemos que esperar a la práctica de las comunidades judías de Babilonia donde estos comportamientos penetraron por influencia caldea y eso difícilmente fue antes del siglo IV d. de C., es decir, cuando los primeros estratos del Talmud ya estaban más que asentados. El Talmud ya había dado entrada a buen número de ideas orientales —persas y babilónicas— ajenas a la Biblia pero con un enorme poder de sugestión. Entre ellas se hallaba la referencia al valor mágico de las letras del alfabeto —algo ausente de la Biblia— y una angelología muy sofisticada que choca con la enormemente sencilla de las Escrituras. De hecho —dicho sea de paso— la angelología cristiana siempre ha sido más simple que la judía precisamente porque sigue la línea contenida en la Biblia y no la trazada en el Talmud.
Ese mismo origen babilónico que estamos señalando posiblemente subyace también en algunos conceptos, como el Adán Kadmon o las kelipot, que posteriormente serían absorbidos por la Cábala, y las mismas raíces talmúdicas se hallan en figuras como las del Metatron o creador del mundo que el Talmud (Sanh 38b) llega a identificar con el mismo Dios. A pesar de todo, el caldo de cultivo que semejantes conceptos —extrabíblicos y extrajudíos pero absorbidos por el judaísmo talmúdico— crearon no era, sin embargo, todavía lo que actualmente conocemos por Cábala.
El hecho de que todo el proceso se produjera en Oriente y a partir de fuentes extrabíblicas de carácter no pocas veces gnóstico e incluso mágico explica más que sobradamente por qué semejantes conceptos eran desconocidos en un Occidente donde las comunidades judías mostraban, por otra parte, un notable apego al Talmud. De hecho, la primera llegada de semejantes ideas —que generosamente podríamos denominar precabalísticas— no se produjo hasta mediados del siglo IX, cuando Aarón b. Samuel llegó a Italia procedente de Babilonia. Aarón b. Samuel distaba mucho de haber desarrollado un corpus cabalístico pero en sus enseñanzas ya aparecían algunos de los elementos posteriores del mismo. De hecho, la denominada Cábala alemana —que derivaba según propia confesión de Aarón b. Samuel— no aparecería hasta finales del siglo XII pero, curiosamente, había sido precedida por dos aportes españoles de enorme importancia.
El primero se debió a Shlomo ben Yehudah Ibn Gabirol, también conocido como Avicebrón (c. 1021-c. 1058). El malagueño Gabirol era un personaje absolutamente genial que podía repentizar poesía en árabe con dieciséis años, escribir gramáticas de hebreo en la pubertad y redactar obras de filosofía y teología en la primera juventud. Buen conocedor de la filosofía de Platón —aunque a través de traducciones al árabe— Gabirol dio un enorme impulso a la Cábala mística posterior a través de su Fuente de la vida (Mekor Hayim) que fue conocida por los filósofos cristianos medievales a través de su traducción latina (Fons vitae) y que generalmente fue considerada una obra cristiana hasta que Tomás de Aquino se dedicó a atacarla.
El segundo gran aporte precabalista fue el de Mosheh ben Maimón, más conocido como Maimónides o Rambam (1135-1204). Filósofo, matemático y físico nacido en Córdoba, Maimónides se vio obligado a abandonar la ciudad por la presión islámica y acabó sus días en El Cairo tras un triste paso por la tierra de Israel. Al igual que Gabirol, Maimónides conocía muy bien la filosofía griega —en especial la aristotélica— y supo incorporar elementos de la misma al judaísmo abriendo camino a la Cábala posterior. De hecho, su idea sobre la ausencia de atributos en Dios pesaría mucho en la configuración cabalística de Dios como En-Sof.
Tanto Maimónides como Gabirol fueron perseguidos y exiliados —en los dos casos por el islam— y quizá haya que buscar en esa circunstancia un especial interés por entender filosóficamente un mundo hostil y una habilidad notable para la especulación. En ambos autores percibimos además —y éste es uno de los factores que diferencia enormemente la Cábala especulativa de sus raíces mágicas babilónicas— un interés notable por el vivir de manera adecuada en este mundo. Maimónides, de hecho, fue un erudito de la Torah que marcaría con su obra Mishneh Torah el devenir de las generaciones judías venideras.
Buen número de los seguidores de la Cábala e incluso de sus aficionados han mostrado un enorme interés por situar sus orígenes en tiempos caracterizados por una considerable antigüedad. Para ellos, la referencia a los sabios citados por Daniel 12, 10 sería un ejemplo de esa sabiduría cabalística de la misma manera que un texto como el contenido en el libro apócrifo de IV Esdras 14, 5-6, donde se dice que Moisés recibió una serie de preceptos de los que unos debía “declarar” y otros “ocultar”. Sin embargo, la verdad es que ninguno de los dos ejemplos citados menciona la Cábala y todavía menos su contenido ulterior. El pasaje de Daniel habla simplemente de cómo los sabios sabrán enfrentarse con dificultades al final de los tiempos y el texto de IV Esdras sólo pretende dotar de legitimidad su propio contenido que, desde luego, no era cabalístico. De hecho, no hay nada en la Biblia o en los textos apócrifos y pseudoepigráficos de los últimos siglos antes del cristianismo que tenga nada que ver con la Cábala, ya sea ésta especulativa o práctica.
Para encontrarnos con algunos aspectos paralelos, como la utilización del Tetragrámaton —y de otros nombres de Dios— con fines mágicos tenemos que esperar a la práctica de las comunidades judías de Babilonia donde estos comportamientos penetraron por influencia caldea y eso difícilmente fue antes del siglo IV d. de C., es decir, cuando los primeros estratos del Talmud ya estaban más que asentados. El Talmud ya había dado entrada a buen número de ideas orientales —persas y babilónicas— ajenas a la Biblia pero con un enorme poder de sugestión. Entre ellas se hallaba la referencia al valor mágico de las letras del alfabeto —algo ausente de la Biblia— y una angelología muy sofisticada que choca con la enormemente sencilla de las Escrituras. De hecho —dicho sea de paso— la angelología cristiana siempre ha sido más simple que la judía precisamente porque sigue la línea contenida en la Biblia y no la trazada en el Talmud.
Ese mismo origen babilónico que estamos señalando posiblemente subyace también en algunos conceptos, como el Adán Kadmon o las kelipot, que posteriormente serían absorbidos por la Cábala, y las mismas raíces talmúdicas se hallan en figuras como las del Metatron o creador del mundo que el Talmud (Sanh 38b) llega a identificar con el mismo Dios. A pesar de todo, el caldo de cultivo que semejantes conceptos —extrabíblicos y extrajudíos pero absorbidos por el judaísmo talmúdico— crearon no era, sin embargo, todavía lo que actualmente conocemos por Cábala.
El hecho de que todo el proceso se produjera en Oriente y a partir de fuentes extrabíblicas de carácter no pocas veces gnóstico e incluso mágico explica más que sobradamente por qué semejantes conceptos eran desconocidos en un Occidente donde las comunidades judías mostraban, por otra parte, un notable apego al Talmud. De hecho, la primera llegada de semejantes ideas —que generosamente podríamos denominar precabalísticas— no se produjo hasta mediados del siglo IX, cuando Aarón b. Samuel llegó a Italia procedente de Babilonia. Aarón b. Samuel distaba mucho de haber desarrollado un corpus cabalístico pero en sus enseñanzas ya aparecían algunos de los elementos posteriores del mismo. De hecho, la denominada Cábala alemana —que derivaba según propia confesión de Aarón b. Samuel— no aparecería hasta finales del siglo XII pero, curiosamente, había sido precedida por dos aportes españoles de enorme importancia.
El primero se debió a Shlomo ben Yehudah Ibn Gabirol, también conocido como Avicebrón (c. 1021-c. 1058). El malagueño Gabirol era un personaje absolutamente genial que podía repentizar poesía en árabe con dieciséis años, escribir gramáticas de hebreo en la pubertad y redactar obras de filosofía y teología en la primera juventud. Buen conocedor de la filosofía de Platón —aunque a través de traducciones al árabe— Gabirol dio un enorme impulso a la Cábala mística posterior a través de su Fuente de la vida (Mekor Hayim) que fue conocida por los filósofos cristianos medievales a través de su traducción latina (Fons vitae) y que generalmente fue considerada una obra cristiana hasta que Tomás de Aquino se dedicó a atacarla.
El segundo gran aporte precabalista fue el de Mosheh ben Maimón, más conocido como Maimónides o Rambam (1135-1204). Filósofo, matemático y físico nacido en Córdoba, Maimónides se vio obligado a abandonar la ciudad por la presión islámica y acabó sus días en El Cairo tras un triste paso por la tierra de Israel. Al igual que Gabirol, Maimónides conocía muy bien la filosofía griega —en especial la aristotélica— y supo incorporar elementos de la misma al judaísmo abriendo camino a la Cábala posterior. De hecho, su idea sobre la ausencia de atributos en Dios pesaría mucho en la configuración cabalística de Dios como En-Sof.
Tanto Maimónides como Gabirol fueron perseguidos y exiliados —en los dos casos por el islam— y quizá haya que buscar en esa circunstancia un especial interés por entender filosóficamente un mundo hostil y una habilidad notable para la especulación. En ambos autores percibimos además —y éste es uno de los factores que diferencia enormemente la Cábala especulativa de sus raíces mágicas babilónicas— un interés notable por el vivir de manera adecuada en este mundo. Maimónides, de hecho, fue un erudito de la Torah que marcaría con su obra Mishneh Torah el devenir de las generaciones judías venideras.
Autor: Cesar Vidal.
Fuente: http://revista.libertaddigital.com