jueves, 1 de abril de 2010

Casanova




Lo primero que pensamos cuando escuchamos la palabra Casanova es la idea de seducción, un donjuanismo canalla y desvergonzado que resulta atractivo a los ojos de nuestra mentalidad contemporánea. No obstante, Casanova fue mucho más que todo esto.

Giacomo Girolamo Casanova nació en Venecia en 1725. Hijo padres actores -de ahí heredó su tremendo poder de camaleónica persuasión- no obstante parecen más que dudosas las posteriores pretensiones de Casanova acerca de una supuesta paternidad de sangre aristocrática. Fue educado por su abuela paterna y posteriormente estudió Derecho en Padua, donde desde joven apuntó hacia la carrera eclesiástica aunque no con mucho entusiasmo, puesto que para aquel joven estudiante las faldas eran mucho más atractivas que las sotanas. De hecho, su condición de abate no fue óbice para compaginarla con numerosas aventuras amorosas.

Casanova estaba dotado de un enorme poder de persuasión, y ello le permitió aliarse con personas adineradas que le procuraron el sustento económico necesario para llevar una vida sin penurias, al tiempo que comenzaría a hacer ostentación de un supuesto origen esotérico de sus conocimientos de medicina. No tardó en llamar la atención de la Inquisición, teniendo que huir de Venecia.

En Paris Casanova fue iniciado en la Masonería, al tiempo que continuó perfeccionando sus refinadísimas artes de la persuasión, el ocultismo y la seducción. La marquesa de Urfé fue solo una de sus múltiples víctimas, llegando a estafarla cerca de un millón de francos de por aquel entonces, lo cual no es poco. Fue denunciado y encausado en muchas ocasiones, pero siempre salía airoso de las situaciones más difíciles.

Casanova fue un nómada aventurero que recorrió toda Europa, gozó de la ayuda de muchos hermanos masones como Federico de Prusia o el conde Josef Kart Enmanuel von Waldstein.

Vivió tan intensamente que al morir pronunció las siguientes palabras: “He vivido como un filósofo y muero como un cristiano”.

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